martes, 19 de enero de 2010

AVATAR

Una plaga

A Andrés no le sorprende que la raza humana sea descrita como una plaga peligrosa y destructiva. A sus 11 años sabe que la mayor parte del agua del mundo está contaminada, que millones de especies han desaparecido o están en peligro de extinción y que existe la posibilidad de que en el transcurso de su vida el clima cambie de forma significativa. Por eso ni chistó cuando vimos juntos la última gran producción de Hollywood, Avatar. Ni un comentario le mereció que en esa película los hombres sean descritos y mostrados como seres torpes, primitivos, ignorantes, salvajes y destructivos. Capaces de desarrollar una increíble tecnología pero incapaces de ponerla al servicio de otra cosa que no sea la ambición de corto plazo y el dinero. Una especie que, en la película, ya destrozó su planeta de origen y como una plaga se expande e invade otros mundos. La única salida, y es la por la que opta el personaje principal, es abandonar su cuerpo y a su especie para convertirse en un ser azul y hermoso que vive en perfecta comunión con su entorno. Me dicen que algunos niños saliendo se pintan de azul y se cuelgan cuerdas en la cabeza para imitar a estos seres fantásticos que se conectan a través de su pelo con los animales y los árboles. Lo puedo entender.

A mí sin embargo sí me sorprendió. Me formé en un tiempo más optimista. En mi infancia se esperaban grandes cosas de la especie. El hombre acababa de llegar a la luna, México llevaba varios lustros creciendo económicamente, en las familias de clase media se esperaba que los hijos, a través de la educación y el esfuerzo, alcanzaran un mejor nivel de vida que el de los padres y el futuro se proyectaba prometedor y sorprendente. No idealizo. Aún siendo niños sentíamos y sabíamos los problemas de la época. En México vivíamos los peores años de un régimen autoritario, en el sur las dictaduras habían obligado al exilio a miles de personas, la guerra en Vietnam empeoraba día con día y todo en medio de la tensión de la guerra fría. Y sin embargo había esperanza. Los problemas estaban ahí pero invitaban a la acción y al compromiso. El hombre no era malo por naturaleza. El poder, la dominación y la destrucción del entorno se explicaban como una consecuencia de la revolución industrial y del tipo de desarrollo que habían seguido las sociedades occidentales.

Hoy, elaborada o difusa, la visión dominante del hombre es mucho más pesimista. De ella se nutre la trama de Avatar y los consejos y advertencias que reciben bienintencionadamente nuestros hijos en las escuelas. Más allá de las razones que lo explican es un hecho que va a tener consecuencias. Nuestros hijos cargan una pesada loza sobre sus espaldas que más que invitarlos a la acción parece incitarlos a la fuga. Andrés por lo pronto pasó muchos años soñando con ser pájaro y volar.